Buscar este blog
domingo, 11 de octubre de 2015
DON DE LENGUAS -predica-
Motivacion para este don,siempre en cuando en obediencia ala iglesia .
Avemaria purisima
EFESIOS 6,18
"Vivan orando y suplicando. Oren en todo tiempo según les inspire el Espíritu. Velen en común y perseveren en sus oraciones sin desanimarse nunca, intercediendo en favor de todos los santos, sus hermanos."
Apolegetica
“Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a
dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero
hacedlo con dulzura y respeto.”1
La apologética católica es la parte de la teología que busca explicar las razones de la fe;
demuestra las razones de la doctrina ante los adversarios y señala los errores para
proteger su integridad.
Ya desde los comienzos de la Iglesia fue necesaria la apologética, pues ni siquiera
estando vivos los Apóstoles, se vio libre ésta de personas que malinterpretando el
contenido de la Revelación, terminaban por desviarse de la sana doctrina2. La estructura
misma de la Iglesia, compuesta por distintos ministerios y apostolados tiene la finalidad
de conducir a los creyentes a la madurez y plenitud de la fe3.
La Iglesia enfrenta desde entonces tres de sus más grandes enemigos: La herejía, la
apostasía y el cisma. La herejía se origina con un juicio erróneo de la inteligencia sobre
verdades de fe definidas como tales, y es concebida cuando este juicio erróneo es
sostenido de forma voluntaria y pertinaz en contra de la autoridad de Dios depositada en
Pedro, los Apóstoles y sus sucesores.
El cisma ocasiona la ruptura de la unidad y unión eclesiásticas, y es severamente
condenado en la Escritura, al punto de que el Apóstol San Pablo ordena en nombre de
Jesucristo apartarse de los cismáticos4. El Apóstol San Juan incluso llega a utilizar el
término anticristos para quienes saliendo del seno de la Iglesia, terminaron finalmente
por apartarse de ella5.
Todo aquel que estudie la historia de la Iglesia a fondo encontrará que tuvo que
enfrentar incontable número de herejías, que por un lado intentaban herir la unidad de la
Iglesia, pero por el otro daban la oportunidad de reflexionar, profundizar y explicitar las
verdades de la fe.
Pero si a lo largo de la historia hubo múltiples herejías, nada podría compararse con el
caos que se originaría en la Reforma Protestante. Martín Lutero se separa de la Iglesia
proclamando como bandera la Sola Escritura y el Juicio Privado. Es abierta la Caja de
Pandora, y cada creyente se cree con la autoridad de interpretar individualmente la
Escritura, inclusive en aquellos puntos donde la Iglesia se ha pronunciado de forma
dogmática y definitiva. Renacen las antiguas herejías y surgen otras nuevas adecuadas a
la interpretación personal de cada nuevo líder carismático. Lutero y los reformadores
pierden el control de su “reforma” y comienza una división exponencial indetenible
dentro del protestantismo que continúa en la actualidad. Es casi imposible contabilizar el
número de denominaciones protestantes, difiriendo entre sí en puntos medulares de la
doctrina cristiana. Inclusive dentro de la Iglesia nos encontramos con personas que
afirmando profesar la fe católica, rechazan abiertamente los dogmas de fe.
Es, en este contexto, donde más que nunca es necesaria una sana apologética. El pueblo
católico carece en la mayoría de los casos del conocimiento necesario para reconocer el
error y apartarse de él, convirtiéndose en presa fácil del protestantismo y sus
desviaciones. También hay muchos cristianos sinceros, que aún fuera de la comunión
visible con la Iglesia Católica, buscan la verdad plena con corazón sincero, y se les
dificulta encontrarla, por causa de los prejuicios que han sido sembrados en ellos por las
diferentes ideas de pensamiento adversas a nuestra fe.
El Papa Juan Pablo II, en su discurso a los obispos de las Antillas, en visita ad limina, el
7 de mayo de 2002 decía:
“En la exhortación apostólica Ecclesia in America afirmé que «es necesario que los
fieles pasen de una fe rutinaria (...) a una fe consciente, vivida personalmente. La
renovación en la fe será siempre el mejor camino para conducir a todos a la Verdad,
que es Cristo» (n. 73). Por eso, es esencial desarrollar en vuestras Iglesias particulares
una nueva apologética para vuestro pueblo, a fin de que comprenda lo que enseña la
Iglesia y así pueda dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15). En un mundo donde las
personas están sometidas a la continua presión cultural e ideológica de los medios de
comunicación social y a la actitud agresivamente anticatólica de muchas sectas, es
esencial que los católicos conozcan lo que enseña la Iglesia, comprendan esa enseñanza
y experimenten su fuerza liberadora. Sin esa comprensión faltará la energía espiritual
necesaria para la vida cristiana y para la obra de evangelización.
La Iglesia está llamada a proclamar una verdad absoluta y universal al mundo en una
época en la que en muchas culturas hay una profunda incertidumbre sobre si existe o no
esa verdad. Por consiguiente, la Iglesia debe hablar con la fuerza del testimonio
auténtico. Al considerar lo que esto entraña, el Papa Pablo VI identificó cuatro
cualidades, que llamó perspicuitas, lenitas, fiducia, prudentia: claridad, afabilidad,
confianza y prudencia (cf. Ecclesiam suam, 38).
dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero
hacedlo con dulzura y respeto.”1
La apologética católica es la parte de la teología que busca explicar las razones de la fe;
demuestra las razones de la doctrina ante los adversarios y señala los errores para
proteger su integridad.
Ya desde los comienzos de la Iglesia fue necesaria la apologética, pues ni siquiera
estando vivos los Apóstoles, se vio libre ésta de personas que malinterpretando el
contenido de la Revelación, terminaban por desviarse de la sana doctrina2. La estructura
misma de la Iglesia, compuesta por distintos ministerios y apostolados tiene la finalidad
de conducir a los creyentes a la madurez y plenitud de la fe3.
La Iglesia enfrenta desde entonces tres de sus más grandes enemigos: La herejía, la
apostasía y el cisma. La herejía se origina con un juicio erróneo de la inteligencia sobre
verdades de fe definidas como tales, y es concebida cuando este juicio erróneo es
sostenido de forma voluntaria y pertinaz en contra de la autoridad de Dios depositada en
Pedro, los Apóstoles y sus sucesores.
El cisma ocasiona la ruptura de la unidad y unión eclesiásticas, y es severamente
condenado en la Escritura, al punto de que el Apóstol San Pablo ordena en nombre de
Jesucristo apartarse de los cismáticos4. El Apóstol San Juan incluso llega a utilizar el
término anticristos para quienes saliendo del seno de la Iglesia, terminaron finalmente
por apartarse de ella5.
Todo aquel que estudie la historia de la Iglesia a fondo encontrará que tuvo que
enfrentar incontable número de herejías, que por un lado intentaban herir la unidad de la
Iglesia, pero por el otro daban la oportunidad de reflexionar, profundizar y explicitar las
verdades de la fe.
Pero si a lo largo de la historia hubo múltiples herejías, nada podría compararse con el
caos que se originaría en la Reforma Protestante. Martín Lutero se separa de la Iglesia
proclamando como bandera la Sola Escritura y el Juicio Privado. Es abierta la Caja de
Pandora, y cada creyente se cree con la autoridad de interpretar individualmente la
Escritura, inclusive en aquellos puntos donde la Iglesia se ha pronunciado de forma
dogmática y definitiva. Renacen las antiguas herejías y surgen otras nuevas adecuadas a
la interpretación personal de cada nuevo líder carismático. Lutero y los reformadores
pierden el control de su “reforma” y comienza una división exponencial indetenible
dentro del protestantismo que continúa en la actualidad. Es casi imposible contabilizar el
número de denominaciones protestantes, difiriendo entre sí en puntos medulares de la
doctrina cristiana. Inclusive dentro de la Iglesia nos encontramos con personas que
afirmando profesar la fe católica, rechazan abiertamente los dogmas de fe.
Es, en este contexto, donde más que nunca es necesaria una sana apologética. El pueblo
católico carece en la mayoría de los casos del conocimiento necesario para reconocer el
error y apartarse de él, convirtiéndose en presa fácil del protestantismo y sus
desviaciones. También hay muchos cristianos sinceros, que aún fuera de la comunión
visible con la Iglesia Católica, buscan la verdad plena con corazón sincero, y se les
dificulta encontrarla, por causa de los prejuicios que han sido sembrados en ellos por las
diferentes ideas de pensamiento adversas a nuestra fe.
El Papa Juan Pablo II, en su discurso a los obispos de las Antillas, en visita ad limina, el
7 de mayo de 2002 decía:
“En la exhortación apostólica Ecclesia in America afirmé que «es necesario que los
fieles pasen de una fe rutinaria (...) a una fe consciente, vivida personalmente. La
renovación en la fe será siempre el mejor camino para conducir a todos a la Verdad,
que es Cristo» (n. 73). Por eso, es esencial desarrollar en vuestras Iglesias particulares
una nueva apologética para vuestro pueblo, a fin de que comprenda lo que enseña la
Iglesia y así pueda dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15). En un mundo donde las
personas están sometidas a la continua presión cultural e ideológica de los medios de
comunicación social y a la actitud agresivamente anticatólica de muchas sectas, es
esencial que los católicos conozcan lo que enseña la Iglesia, comprendan esa enseñanza
y experimenten su fuerza liberadora. Sin esa comprensión faltará la energía espiritual
necesaria para la vida cristiana y para la obra de evangelización.
La Iglesia está llamada a proclamar una verdad absoluta y universal al mundo en una
época en la que en muchas culturas hay una profunda incertidumbre sobre si existe o no
esa verdad. Por consiguiente, la Iglesia debe hablar con la fuerza del testimonio
auténtico. Al considerar lo que esto entraña, el Papa Pablo VI identificó cuatro
cualidades, que llamó perspicuitas, lenitas, fiducia, prudentia: claridad, afabilidad,
confianza y prudencia (cf. Ecclesiam suam, 38).
Suscribirse a:
Entradas (Atom)