comparan con un nuevo nacimiento. Hablan de haber renacido en el Espíritu,
y el texto evangélico al que acuden para expresar su vivencia espiritual es el
diálogo de Jesús con Nicodemo, que se narra en el capítulo tercero de san Juan (Jn 3, 1-
8).
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La visita nocturna parecía apropiada, dada la hora avanzada, porque no había afanes ni
interrupciones, ni tampoco muchos testigos que hubieran podido delatar a Nicodemo ante
las autoridades judías. Lo cierto es que el escriba, en las tinieblas, descubrió la luz.
Ya desde el inicio de la entrevista, Jesús dijo a su interlocutor que para ver a Dios tenía
que nacer de nuevo. Jesús hablaba no sólo de una posibilidad o conveniencia, sino de una
necesidad absoluta. Esa frase, de acuerdo al idioma griego, en que fue escrito el
evangelio, puede tener dos sentidos: nacer de nuevo o nacer de lo alto.
Nicodemo la entendió en el primer sentido, y preguntó cómo era posible que una
persona adulta se hiciese otra vez pequeñita, retornase a las entrañas maternas y volviese
a nacer.
Pero Jesús subrayó el segundo sentido: había que nacer de arriba, es decir, de Dios;
había que comenzar a vivir con la presencia, con la gracia, con la luz del Espíritu Santo,
quien reviste de plena novedad nuestra existencia. No se trata de rehacer el cordón
umbilical que nos transmite alimento y vida corporal. Se requiere un corazón nuevo, un
espíritu nuevo. Se necesita no sangre humana, sino Espíritu divino.
En la Biblia, se vincula al Espíritu de Dios con el origen de la vida. El Espíritu divino,
mencionado como soplo o como viento, aparece en la creación del mundo (cf Gén 1, 1-2),
en la creación de las estrellas (cf Sal 33, 6), en la vida de Adán (cf Gén 2, 7), en el aliento
que anima a todos los seres vivientes (cf Job 34, 14-15; 27, 3-4; Sal 104, 29-39), en la
resurrección de las ilusiones del pueblo (cf Ez 37, 1-14), en el corazón nuevo que se da a
los mortales (cf Ez 11, 19-21; 18, 31; 36, 25-27). Ese es el cambio que realizan no las
fuerzas de la naturaleza humana, ni la evolución de las especies, sino el Poder de Dios.
No es una metamorfosis, como la del tosco gusano que se transforma en bella
mariposa. Los gusanos se arrastran pesadamente, se defienden con púas que causan
molestias y se alimentan con las hojas de las plantas. Las mariposas que brotan de los
capullos son hermosas, vuelan, liban el néctar de las flores. Parecen dos seres diferentes,
pero es el mismo ser, que ha evolucionado.
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