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lunes, 8 de septiembre de 2014
¡Somos débiles!
“Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: ‘Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…’. Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre” (PAPA FRANCISCO)
La culpabilidad aparece cuando no coincide la imagen de fortaleza que tengo de mí mismo con lo que verdaderamente soy y tengo adentro mío. La culpa lo único que hace es hundirnos. Uno tiene una imagen de si mismo, pero cuando aparece la
verdadera interioridad, se produce una ruptura. En ocasiones aparece la culpa diciéndonos “fallé, no alcancé, qué habré hecho”.
Podemos recordar, la parábola del hijo prodigo, donde siendo un hijo rico, amado por su Padre, quiso irse lejos y malgastar la herencia que él le había dado: También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: !Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Lc 15, 11-17 Cuántas veces nosotros hemos mal gastado todo aquello que Dios nos ha dado, a nuestra familia, el trabajo, la escuela, los verdaderos amigos, por cosas vánales o momentáneas que solo nos satisfacen por un momento. Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Lc 15, 18.20 El padre está allí, lo ve desde lejos, lo estaba esperando cada día, cada momento; ha estado siempre en su corazón como hijo, incluso cuando lo había abandonado, cuando había dilapidado todo el patrimonio, es decir su libertad. El Padre con paciencia y amor, con esperanza y misericordia no había dejado ni un momento de pensar en él, y en cuanto lo ve, todavía lejano, corre a su encuentro y lo abraza con ternura, la ternura de Dios, sin una palabra de reproche: Ha vuelto. Y esa es la alegría del padre. En ese abrazo al hijo está toda esta alegría: ¡Ha vuelto! Dios siempre nos espera, no se cansa. La paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida.
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