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domingo, 11 de octubre de 2015
DON DE LENGUAS -predica-
Motivacion para este don,siempre en cuando en obediencia ala iglesia .
Avemaria purisima
EFESIOS 6,18
"Vivan orando y suplicando. Oren en todo tiempo según les inspire el Espíritu. Velen en común y perseveren en sus oraciones sin desanimarse nunca, intercediendo en favor de todos los santos, sus hermanos."
Apolegetica
“Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a
dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero
hacedlo con dulzura y respeto.”1
La apologética católica es la parte de la teología que busca explicar las razones de la fe;
demuestra las razones de la doctrina ante los adversarios y señala los errores para
proteger su integridad.
Ya desde los comienzos de la Iglesia fue necesaria la apologética, pues ni siquiera
estando vivos los Apóstoles, se vio libre ésta de personas que malinterpretando el
contenido de la Revelación, terminaban por desviarse de la sana doctrina2. La estructura
misma de la Iglesia, compuesta por distintos ministerios y apostolados tiene la finalidad
de conducir a los creyentes a la madurez y plenitud de la fe3.
La Iglesia enfrenta desde entonces tres de sus más grandes enemigos: La herejía, la
apostasía y el cisma. La herejía se origina con un juicio erróneo de la inteligencia sobre
verdades de fe definidas como tales, y es concebida cuando este juicio erróneo es
sostenido de forma voluntaria y pertinaz en contra de la autoridad de Dios depositada en
Pedro, los Apóstoles y sus sucesores.
El cisma ocasiona la ruptura de la unidad y unión eclesiásticas, y es severamente
condenado en la Escritura, al punto de que el Apóstol San Pablo ordena en nombre de
Jesucristo apartarse de los cismáticos4. El Apóstol San Juan incluso llega a utilizar el
término anticristos para quienes saliendo del seno de la Iglesia, terminaron finalmente
por apartarse de ella5.
Todo aquel que estudie la historia de la Iglesia a fondo encontrará que tuvo que
enfrentar incontable número de herejías, que por un lado intentaban herir la unidad de la
Iglesia, pero por el otro daban la oportunidad de reflexionar, profundizar y explicitar las
verdades de la fe.
Pero si a lo largo de la historia hubo múltiples herejías, nada podría compararse con el
caos que se originaría en la Reforma Protestante. Martín Lutero se separa de la Iglesia
proclamando como bandera la Sola Escritura y el Juicio Privado. Es abierta la Caja de
Pandora, y cada creyente se cree con la autoridad de interpretar individualmente la
Escritura, inclusive en aquellos puntos donde la Iglesia se ha pronunciado de forma
dogmática y definitiva. Renacen las antiguas herejías y surgen otras nuevas adecuadas a
la interpretación personal de cada nuevo líder carismático. Lutero y los reformadores
pierden el control de su “reforma” y comienza una división exponencial indetenible
dentro del protestantismo que continúa en la actualidad. Es casi imposible contabilizar el
número de denominaciones protestantes, difiriendo entre sí en puntos medulares de la
doctrina cristiana. Inclusive dentro de la Iglesia nos encontramos con personas que
afirmando profesar la fe católica, rechazan abiertamente los dogmas de fe.
Es, en este contexto, donde más que nunca es necesaria una sana apologética. El pueblo
católico carece en la mayoría de los casos del conocimiento necesario para reconocer el
error y apartarse de él, convirtiéndose en presa fácil del protestantismo y sus
desviaciones. También hay muchos cristianos sinceros, que aún fuera de la comunión
visible con la Iglesia Católica, buscan la verdad plena con corazón sincero, y se les
dificulta encontrarla, por causa de los prejuicios que han sido sembrados en ellos por las
diferentes ideas de pensamiento adversas a nuestra fe.
El Papa Juan Pablo II, en su discurso a los obispos de las Antillas, en visita ad limina, el
7 de mayo de 2002 decía:
“En la exhortación apostólica Ecclesia in America afirmé que «es necesario que los
fieles pasen de una fe rutinaria (...) a una fe consciente, vivida personalmente. La
renovación en la fe será siempre el mejor camino para conducir a todos a la Verdad,
que es Cristo» (n. 73). Por eso, es esencial desarrollar en vuestras Iglesias particulares
una nueva apologética para vuestro pueblo, a fin de que comprenda lo que enseña la
Iglesia y así pueda dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15). En un mundo donde las
personas están sometidas a la continua presión cultural e ideológica de los medios de
comunicación social y a la actitud agresivamente anticatólica de muchas sectas, es
esencial que los católicos conozcan lo que enseña la Iglesia, comprendan esa enseñanza
y experimenten su fuerza liberadora. Sin esa comprensión faltará la energía espiritual
necesaria para la vida cristiana y para la obra de evangelización.
La Iglesia está llamada a proclamar una verdad absoluta y universal al mundo en una
época en la que en muchas culturas hay una profunda incertidumbre sobre si existe o no
esa verdad. Por consiguiente, la Iglesia debe hablar con la fuerza del testimonio
auténtico. Al considerar lo que esto entraña, el Papa Pablo VI identificó cuatro
cualidades, que llamó perspicuitas, lenitas, fiducia, prudentia: claridad, afabilidad,
confianza y prudencia (cf. Ecclesiam suam, 38).
dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero
hacedlo con dulzura y respeto.”1
La apologética católica es la parte de la teología que busca explicar las razones de la fe;
demuestra las razones de la doctrina ante los adversarios y señala los errores para
proteger su integridad.
Ya desde los comienzos de la Iglesia fue necesaria la apologética, pues ni siquiera
estando vivos los Apóstoles, se vio libre ésta de personas que malinterpretando el
contenido de la Revelación, terminaban por desviarse de la sana doctrina2. La estructura
misma de la Iglesia, compuesta por distintos ministerios y apostolados tiene la finalidad
de conducir a los creyentes a la madurez y plenitud de la fe3.
La Iglesia enfrenta desde entonces tres de sus más grandes enemigos: La herejía, la
apostasía y el cisma. La herejía se origina con un juicio erróneo de la inteligencia sobre
verdades de fe definidas como tales, y es concebida cuando este juicio erróneo es
sostenido de forma voluntaria y pertinaz en contra de la autoridad de Dios depositada en
Pedro, los Apóstoles y sus sucesores.
El cisma ocasiona la ruptura de la unidad y unión eclesiásticas, y es severamente
condenado en la Escritura, al punto de que el Apóstol San Pablo ordena en nombre de
Jesucristo apartarse de los cismáticos4. El Apóstol San Juan incluso llega a utilizar el
término anticristos para quienes saliendo del seno de la Iglesia, terminaron finalmente
por apartarse de ella5.
Todo aquel que estudie la historia de la Iglesia a fondo encontrará que tuvo que
enfrentar incontable número de herejías, que por un lado intentaban herir la unidad de la
Iglesia, pero por el otro daban la oportunidad de reflexionar, profundizar y explicitar las
verdades de la fe.
Pero si a lo largo de la historia hubo múltiples herejías, nada podría compararse con el
caos que se originaría en la Reforma Protestante. Martín Lutero se separa de la Iglesia
proclamando como bandera la Sola Escritura y el Juicio Privado. Es abierta la Caja de
Pandora, y cada creyente se cree con la autoridad de interpretar individualmente la
Escritura, inclusive en aquellos puntos donde la Iglesia se ha pronunciado de forma
dogmática y definitiva. Renacen las antiguas herejías y surgen otras nuevas adecuadas a
la interpretación personal de cada nuevo líder carismático. Lutero y los reformadores
pierden el control de su “reforma” y comienza una división exponencial indetenible
dentro del protestantismo que continúa en la actualidad. Es casi imposible contabilizar el
número de denominaciones protestantes, difiriendo entre sí en puntos medulares de la
doctrina cristiana. Inclusive dentro de la Iglesia nos encontramos con personas que
afirmando profesar la fe católica, rechazan abiertamente los dogmas de fe.
Es, en este contexto, donde más que nunca es necesaria una sana apologética. El pueblo
católico carece en la mayoría de los casos del conocimiento necesario para reconocer el
error y apartarse de él, convirtiéndose en presa fácil del protestantismo y sus
desviaciones. También hay muchos cristianos sinceros, que aún fuera de la comunión
visible con la Iglesia Católica, buscan la verdad plena con corazón sincero, y se les
dificulta encontrarla, por causa de los prejuicios que han sido sembrados en ellos por las
diferentes ideas de pensamiento adversas a nuestra fe.
El Papa Juan Pablo II, en su discurso a los obispos de las Antillas, en visita ad limina, el
7 de mayo de 2002 decía:
“En la exhortación apostólica Ecclesia in America afirmé que «es necesario que los
fieles pasen de una fe rutinaria (...) a una fe consciente, vivida personalmente. La
renovación en la fe será siempre el mejor camino para conducir a todos a la Verdad,
que es Cristo» (n. 73). Por eso, es esencial desarrollar en vuestras Iglesias particulares
una nueva apologética para vuestro pueblo, a fin de que comprenda lo que enseña la
Iglesia y así pueda dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15). En un mundo donde las
personas están sometidas a la continua presión cultural e ideológica de los medios de
comunicación social y a la actitud agresivamente anticatólica de muchas sectas, es
esencial que los católicos conozcan lo que enseña la Iglesia, comprendan esa enseñanza
y experimenten su fuerza liberadora. Sin esa comprensión faltará la energía espiritual
necesaria para la vida cristiana y para la obra de evangelización.
La Iglesia está llamada a proclamar una verdad absoluta y universal al mundo en una
época en la que en muchas culturas hay una profunda incertidumbre sobre si existe o no
esa verdad. Por consiguiente, la Iglesia debe hablar con la fuerza del testimonio
auténtico. Al considerar lo que esto entraña, el Papa Pablo VI identificó cuatro
cualidades, que llamó perspicuitas, lenitas, fiducia, prudentia: claridad, afabilidad,
confianza y prudencia (cf. Ecclesiam suam, 38).
domingo, 28 de junio de 2015
El criado del centurión
Un centurión fue a Jesús para suplicarle que curara a su criado.
Jesús le dijo: «Iré inmediatamente», pero el centurión le respondió:
«Oh no, no hace falta que vengas. No soy digno de que
entres en mi casa. Di una sola palabra y mi criado quedará sano».
En este pasaje encuentro dos enseñanzas. Una es la sanación
a distancia. A veces, la gente cree que alguien que reza por la
sanación tiene que estar con la persona enferma. Dirán: “«¡Oh,
si la hermana Briege pudiera venir e imponerle las manos, sucedería!».
La gente puede hacerte sentir culpable por no poder
estar en todas partes y por no poder orar por todos.
En este pasaje del Evangelio, el centurión creyó que lo único
que tenía que hacer era pedirle a Jesús, que Jesús no estaba limitado.
En efecto, Jesús no está confinado en un lugar. Dios está en
todas partes, y si creo que Jesús es Dios, entonces tengo que creer
que su poder no tiene límites y que para Él no hay distancias.
Esto me ha ayudado mucho en el ministerio de sanación. No
tengo que estar yendo de un lado a otro para estar con los enfermos.
A través de mi ministerio por teléfono, oro por personas de un rincón
a otro del planeta. No estoy con ellos, pero me uno a ellos y
hago justo lo que el centurión hizo con Jesús. Podemos estar unidos
espiritualmente ante Dios y pueden ocurrir las sanaciones.
El Señor es quien sana 59
Hace algunos años, estaba en México. Fui al hospital para
orar por un sacerdote que tenía cáncer. El sacerdote estaba muy
grave. Dije una breve oración y salí del hospital.
Al día siguiente, estaba ejerciendo mi ministerio con un
gran grupo de sacerdotes y una señora se me acercó, nos interrumpió
y dijo: «Acabo de recibir una llamada del hospital
diciendo que el padre se está muriendo». Cuando la mujer nos
lo comunicó, de manera espontánea pedí a los sacerdotes que
nos uniéramos en oración. No pensé que eso fuera algo extraordinario.
Para mí orar era lo natural.
El Evangelio del día siguiente era la sanación del criado del
centurión. El sacerdote que leyó el Evangelio nos dijo lo que
pasó por su mente cuando recibimos la noticia del sacerdote
moribundo: «Cuando entró esa señora y nos dijo que el padre se
estaba muriendo, pensé que sor Briege tenía que ir al hospital
con él». El sacerdote dice que en ese momento sintió una voz
interior que le decía: «No necesito que sor Briege vaya al hospital,
sino que vosotros y ella creáis en mi poder».
Se dio cuenta de que no tenía que limitar a Jesús a la hermana
Briege, que ella sólo era un instrumento. Lo que Dios quería
que hiciera en ese momento era enseñar y compartir con esos
sacerdotes, y eso era lo que estaba haciendo. El hecho de que yo
esté limitada físicamente en un sitio no debe limitar al Señor.
Un año después, recibí una llamada telefónica de un sacerdote
que me dijo: «Hermana Briege, acabo de leer un precioso
testimonio en una revista mexicana sobre un sacerdote por el
cual usted oró y que fue totalmente sanado. Ahora ha vuelto a
dar clases en la universidad». Me leyó el testimonio, y mientras
lo hacía, es como si oyera al Señor decirme: «Recuerda que porque
creíste y porque confiaste, el sacerdote fue curado». Y fue
como revivir la historia del criado del centurión.
En otra ocasión, en un servicio de sanación en Escocia, dije
a la gente como siempre hago: «No hace falta que ore por las
60 Briege McKenna Los milagros sí existen
personas individualmente. Todos los que estamos aquí creemos
que Jesús vive en nosotros. Todos estamos llamados a ser canales
de amor. Y es el amor que nos tiene el Señor lo que nos
sana». A continuación invité a la gente a interceder por sus seres
queridos que no estuvieran presentes en el servicio de sanación:
«Pedid a Jesús que llegue hasta ellos y los toque, como suplicó
el centurión a Jesús por su criado enfermo».
Una señora de entre los asistentes tenía una hermana en
Irlanda que al día siguiente iba a ingresar en el hospital para que
la operaran de un tumor canceroso. Durante el servicio de sanación
en Escocia, empezó a orar por su hermana en Irlanda. En
ese momento el Señor empezó a actuar en la mujer con cáncer.
Tres semanas después conocí a aquella mujer. Me dijo que no
sabía que su hermana que estaba en Escocia estuviera orando
por ella, pero cuando fue al hospital, el tumor había desaparecido
totalmente. Estaba curada.
Ésta era una confirmación más de que el Señor puede curar
a distancia, y que nunca debemos poner límites al Señor.
Hay otra lección del mismo pasaje del Evangelio en Mateo 8:
el poder de la intercesión.
¿Qué estaba haciendo este centurión? Fue a Jesús e intercedió
por su criado. Suplicó a Jesús que lo sanara. Es uno de los
grandes ejemplos de la necesidad que tenemos de creer cuando
oramos.
Mi tía Lizzie ha sido una gran fuente de inspiración y de
gozo en mi vida. Según cuenta ella, llegó una señora a su casa en
Irlanda para verme. Yo no estaba en casa, así que tía Lizzie decidió
que ella misma evangelizaría a esta persona. La mujer, como
suelen hacer al preguntar por mí en mi ciudad natal, preguntó a
tía Lizzie: «¿Está la monja en casa?». Mi tía respondió: «La
monja no está, pero usted no necesita verla. Escriba en una hoja
sus intenciones y ella intercederá por usted ante Jesús». La señora
le dijo: «Está bien, deme la libreta» y comenzó a escribir.
El Señor es quien sana 61
Había en la calle dos autobuses llenos de gente que aquella
mujer había traído desde el otro extremo de Irlanda. Estuvo
escribiendo sus intenciones durante una hora y media mientras
las personas se las iban gritando desde las ventanillas de los
autobuses: «Paddy, ¿dónde te duele? Mary, ¿qué te ocurre?».
Tía Lizzie comenzó a cansarse de estar ahí de pie y le dijo a
la señora: «¿Sabe?, debería hablar con Dios usted misma. Debería
pedirle a Jesús e interceder usted misma». Ella miró a tía
Lizzie y le dijo: «¿Interceder? ¿Hablar con Dios? ¡He estado
hablando con Dios durante cuarenta años y nunca me ha escuchado!».
Tía Lizzie le contestó: «Bueno, a lo mejor no le habla
correctamente». Y la mujer dijo: «Bueno, yo sólo conozco una
manera. ¿Conoce usted alguna otra?».
Más tarde, tía Lizzie me dijo: «¿Sabes?, lo mejor es que tú
misma te ocupes de evangelizar, ¡porque lo que es yo, no supe
qué responderle!».
Pero, ¿no es cierto que mucha gente dice que lleva hablando
a Dios durante cuarenta años y no ha recibido ninguna respuesta?
Y es que no le han escuchado. Jesús sí nos responde, pero
puede ser que no lo haga inmediatamente. La oración de intercesión
no siempre recibe una respuesta inmediata. Otra historia nos
muestra la importancia de la oración de intercesión y cómo hay
que perseverar en ella.
Hace algún tiempo, mientras daba un retiro de matrimonios,
se me acercó un señor. Estaba muy atribulado porque su matrimonio
pasaba grandes dificultades. Él y su mujer tenían muchas
actividades diferentes, y se estaban distanciando en su relación.
Para complicar más las cosas, tenía evidencia de que su esposa
le había sido infiel. Él había acudido a un consejero matrimonial,
y éste le dijo que le diera un ultimátum a su esposa y que,
si eso no funcionaba, pidiera el divorcio.
El hombre me dijo que eso lo destrozó, porque no aceptaba
que el divorcio pudiera ser una solución a su problema. No
sabía qué hacer.
62 Briege McKenna Los milagros sí existen
Le llevé a la iglesia ante el sagrario. El Señor me dio una palabra
para él: las cosas iban a empeorar, pero luego mejorarían. No
era una palabra muy consoladora para dársela al pobre hombre.
Le dije que esto sería una prueba para su fe, que a veces
tenemos que perseverar en la oración e intercesión por alguien.
Le expliqué que cuando intercedemos por otros, Dios puede
obrar en nuestras vidas también, y podemos llegar a creer que
los milagros ocurren. Le dije que un aumento de fe era uno de
los beneficios de perseverar en la oración.
Después de esto, me telefoneaba para que orara por él. Lo
único que podía decirle era. «Sigamos orando y no te des por
vencido». Me decía: «Amo a mi esposa», y es que sentía en su
corazón que el Señor no quería que él se separara de su esposa,
que su matrimonio había sido bendecido por la Iglesia, que era
un sacramento. Todos sus consejeros le decían: «Si yo estuviera
en tu lugar, la abandonaría»; sin embargo, cada vez que
hablaba conmigo yo lo alentaba a que no se diera por vencido.
Le recordaba que Jesús dijo que nada sería imposible para el
hombre que creyera. Sentía mucha pena por él: «Es muy difícil
identificarse con alguien que sigue rechazándole, pero identifí-
cate tú con Jesús. Aún hoy, Jesús nos ama y nosotros lo seguimos
rechazando. Pero Él nunca deja de amarnos. Si tú te
empeñas en sanar tu matrimonio por ti mismo, no lo lograrás.
Pero puedes pedir a Jesús que te dé una fortaleza sobrenatural.
Esto no te evitará el sufrimiento ni el dolor del rechazo, pero
obtendrás la fortaleza necesaria para perseverar».
Un día me telefoneó y me dijo: «Hermana Briege, quiero
darle las gracias. Dios respondió a nuestras oraciones». Entonces
me relató una experiencia espiritual preciosa que su esposa
y él tuvieron.
Una noche, los dos sintieron la presencia transformadora de
Dios, mientras se preparaban para ir a la cama. Él no había tenido
relaciones con su esposa desde hacía algún tiempo, porque el saber
que le había sido infiel suponía una barrera que le impedía expreEl
Señor es quien sana 63
sarle su amor. Pero cuando se acostaron esa noche, el Señor los
envolvió en su amor, y recreó en ellos el amor que se habían tenido
cuando se casaron. Jesús los transformó. No sólo renovó su
matrimonio, sino que les dio todos los dones del Espíritu Santo.
El hombre dijo que quería verme. Ocurrió que estaba en la
ciudad donde él vivía, así que le dije que viniera. Cuando llegó,
me dijo: «Hermana Briege, espero que esto no sea un insulto
para usted, pero usted es una gran señal para llevarnos a Jesús.
Muchas veces, al irme a trabajar, sentí ganas de acudir al juzgado
para pedir el divorcio, pensando: ¿por qué tengo que pasar
por todo esto?, pero cada vez que hablaba con usted, al señalarme
a Jesús, me hacía volverme atrás. No es que me llevara allí,
pero desde luego me indicó lo que Jesús podía hacer. Hoy se lo
agradezco, por haber sido una señal en el camino: no me lleva a
donde quiero ir, sino que me señala la dirección que debo tomar
para llegar. Aprendí dos lecciones de todo esto —dijo—, primero,
nunca debo tomar mi matrimonio a la ligera. Amo a mi esposa,
pero nunca se lo había dicho realmente. Segundo, nunca
debo subestimar el poder de la oración ni la fuerza sobrenatural
que nos viene de ella».
El Señor es quien sana
J
ESÚS ES QUIEN SANA.
Él tiene una forma de sanar, que se encuentra en la Sagrada Escritura. Cada sanación que Jesús realizó estuvo unida a una enseñanza. Él no sanaba y dejaba la cosa así, sino que con cada oportunidad instruía a sus discípulos. Al caminar diariamente con el Señor en la oración, Él empezó a enseñarme más y más sobre su ministerio de sanación. Me capacitó para que fuera más efectiva dejando que Él obrara a través de mí. Al principio del ministerio de sanación, había muchas cosas que no comprendía. Una de las preguntas que me hacía mucha gente, y yo también me hacía, era: «¿Qué ocurre cuando oras por personas y no mejoran, cuando se mueren, cuando el Señor responde llevándoselas con Él? ¿Cómo consuelas a sus seres queridos en esa dolorosa experiencia, cuando ellos habían orado esperando una sanación?». A través de una experiencia así, yo aprendí una definición de sanación. Hoy empleo esta definición cuando me preguntan en qué consiste el ministerio de sanación. Decirle sí a Dios Hace algunos años, el padre de una niña de 9 años vino a verme. Estaba destrozado. Era su única hija y se estaba murien- do de leucemia. Había oído que el Señor me había usado como instrumento suyo para llevar la sanación a personas con leucemia, especialmente a niños. Desesperado me dijo: «Lo he probado todo, y nada ha funcionado, incluso he probado con Jesús. Pero Él no ha hecho nada, así que ahora depende de usted». Le respondí: «Si olvida que yo sólo trabajo para Jesús, que yo sólo soy su instrumento, se va a volver a decepcionar». Fui al hospital con él, esperando al menos poder consolarle. La niña estaba en la cama moribunda, con grandes dolores. Cuando me arrodillé y tomé su manita, era como si a través de ella me transmitiera el siguiente mensaje: «No necesito sanación, es mi padre el que la necesita. Yo estoy feliz de irme». Decidí que tenía que hablar con el padre, porque estaba intentando presionarme diciendo que su hija se iba a sanar, porque eso era lo que quería oír. Si la hermana Briege dijera eso, le haría sentirse bien. Mientras estaba arrodillada al lado de la niña, me hubiera gustado poder decir: «Se va a sanar como ustedes desean», pero entonces yo estaría tomando el lugar de Dios; estaría asumiendo una postura en la que permitiría que la compasión hablara en mi lugar. La compasión es buena, pero no debe usurpar el puesto de Dios ni hablar por Él. El padre y yo abandonamos el pabellón y salimos a la sala de espera. Allí hablé con él y con su esposa. Tomé las manos de ambos y les dije: «Me encantaría decirles que Mary se va a sanar del modo que ustedes desean, pero yo no sé cómo va a ser curada. Lo que sé es que Jesús no va a defraudarlos, porque Él los quiere, y a su pequeña Mary, mucho más de lo que nadie pueda amarla. Él les dará la fortaleza que necesitan y sanará a Mary del modo que Él considere mejor». Los padres de la niña no podían aceptar lo que les acababa de decir. Estaban destrozados. Cuando salí del hospital, hubiera querido poder curar a Mary, pero sabía que no podía hacerlo. Esta revelación de que no podemos hacer lo que queremos, 54 Briege McKenna Los milagros sí existen demuestra que somos tan sólo instrumentos, que no tenemos control sobre lo que Dios hace. La gente a menudo actúa como si pudiera manipular a Dios para que hiciese lo que ellos quieren que haga. Si crees suficientemente o dices lo correcto y si tienes suficiente fe, Dios tiene que actuar. Pero a través de esta experiencia, Dios me enseñó que Él no cambia para favorecernos. Mientras oramos, y a través de la oración, nosotros cambiamos para adaptarnos a la voluntad de Dios. Cuando entendemos esto, aceptamos las situaciones difíciles, porque Dios nos da la fuerza, gracia y visión. Nos muestra su voluntad con mayor claridad. Unos tres días después de mi visita al hospital, me telefonearon los padres para decirme que la pequeña Mary había muerto. Inmediatamente pensé: «Será mejor que vaya a verles porque deben de estar destrozados». Nunca olvidaré a esta niña en el ataúd en la funeraria, sus padres estaban de pie a su lado. El padre se acercó a mí, me abrazó y me dijo: «Hermana Briege, quiero darle las gracias». Se volvió, extendió su mano señalando a la niña y dijo: «¿Sabe?, ahora me doy cuenta de que la sanación no consiste en conseguir que las cosas salgan como uno quiere, sino en recibir la fortaleza y la gracia de decir sí a lo que Dios quiere. Ahora me doy cuenta de que Mary no era mía. Me fue entregada para que la nutriera, la amara y la cuidara, pero ella era del Señor. ¿Y quién soy yo para decirle a Dios lo que debe hacer? Pero quiero decirle que hace dos días no lo hubiera aceptado. Una hora antes de que muriera, no lo aceptaba. Ahora comprendo que Dios no nos da la fortaleza para algo a lo que vamos a tener que enfrentarnos dentro de un mes o dentro de dos semanas. Él nos da la fortaleza cuando la necesitamos. Simplemente quiero darle las gracias. Mary fue sanada y se fue al cielo, pero yo, su padre, me quedé aquí para hablarle a los demás de la belleza de la fortaleza que nos da el Señor y que Él siempre responde a nuestras oraciones». El Señor es quien sana 55 Lo que ese padre dijo nos muestra algo de lo que realmente es la sanación. La sanación es decir sí a Dios. Cuando nosotros, como hijos de Dios, podamos decirle que sí, nunca seremos heridos. El Señor nunca haría nada en nuestra vida que pudiera lastimarnos. Él es un Dios de amor. Cuando nos resistimos y no queremos enfrentarnos a las cosas y decimos no, es cuando nosotros mismos nos dañamos. Veo que mi misión en este ministerio de sanación es ayudar a la gente en cualquier estado de vida para decirle sí a Dios, tal como yo misma debo decirle sí en mi propia vida diaria. Veamos algunos pasajes del Evangelio para ver cómo Jesús sanó durante su ministerio en la tierra, y cómo la gente le seguía cuando la sanaba. Esta reflexión nos ayudará a entender mejor cómo nos sana Jesús hoy. Dios sigue siendo el mismo hoy como entonces y nosotros no somos tan diferentes de las personas que vivieron en tiempos del Nuevo Testamento.
Él tiene una forma de sanar, que se encuentra en la Sagrada Escritura. Cada sanación que Jesús realizó estuvo unida a una enseñanza. Él no sanaba y dejaba la cosa así, sino que con cada oportunidad instruía a sus discípulos. Al caminar diariamente con el Señor en la oración, Él empezó a enseñarme más y más sobre su ministerio de sanación. Me capacitó para que fuera más efectiva dejando que Él obrara a través de mí. Al principio del ministerio de sanación, había muchas cosas que no comprendía. Una de las preguntas que me hacía mucha gente, y yo también me hacía, era: «¿Qué ocurre cuando oras por personas y no mejoran, cuando se mueren, cuando el Señor responde llevándoselas con Él? ¿Cómo consuelas a sus seres queridos en esa dolorosa experiencia, cuando ellos habían orado esperando una sanación?». A través de una experiencia así, yo aprendí una definición de sanación. Hoy empleo esta definición cuando me preguntan en qué consiste el ministerio de sanación. Decirle sí a Dios Hace algunos años, el padre de una niña de 9 años vino a verme. Estaba destrozado. Era su única hija y se estaba murien- do de leucemia. Había oído que el Señor me había usado como instrumento suyo para llevar la sanación a personas con leucemia, especialmente a niños. Desesperado me dijo: «Lo he probado todo, y nada ha funcionado, incluso he probado con Jesús. Pero Él no ha hecho nada, así que ahora depende de usted». Le respondí: «Si olvida que yo sólo trabajo para Jesús, que yo sólo soy su instrumento, se va a volver a decepcionar». Fui al hospital con él, esperando al menos poder consolarle. La niña estaba en la cama moribunda, con grandes dolores. Cuando me arrodillé y tomé su manita, era como si a través de ella me transmitiera el siguiente mensaje: «No necesito sanación, es mi padre el que la necesita. Yo estoy feliz de irme». Decidí que tenía que hablar con el padre, porque estaba intentando presionarme diciendo que su hija se iba a sanar, porque eso era lo que quería oír. Si la hermana Briege dijera eso, le haría sentirse bien. Mientras estaba arrodillada al lado de la niña, me hubiera gustado poder decir: «Se va a sanar como ustedes desean», pero entonces yo estaría tomando el lugar de Dios; estaría asumiendo una postura en la que permitiría que la compasión hablara en mi lugar. La compasión es buena, pero no debe usurpar el puesto de Dios ni hablar por Él. El padre y yo abandonamos el pabellón y salimos a la sala de espera. Allí hablé con él y con su esposa. Tomé las manos de ambos y les dije: «Me encantaría decirles que Mary se va a sanar del modo que ustedes desean, pero yo no sé cómo va a ser curada. Lo que sé es que Jesús no va a defraudarlos, porque Él los quiere, y a su pequeña Mary, mucho más de lo que nadie pueda amarla. Él les dará la fortaleza que necesitan y sanará a Mary del modo que Él considere mejor». Los padres de la niña no podían aceptar lo que les acababa de decir. Estaban destrozados. Cuando salí del hospital, hubiera querido poder curar a Mary, pero sabía que no podía hacerlo. Esta revelación de que no podemos hacer lo que queremos, 54 Briege McKenna Los milagros sí existen demuestra que somos tan sólo instrumentos, que no tenemos control sobre lo que Dios hace. La gente a menudo actúa como si pudiera manipular a Dios para que hiciese lo que ellos quieren que haga. Si crees suficientemente o dices lo correcto y si tienes suficiente fe, Dios tiene que actuar. Pero a través de esta experiencia, Dios me enseñó que Él no cambia para favorecernos. Mientras oramos, y a través de la oración, nosotros cambiamos para adaptarnos a la voluntad de Dios. Cuando entendemos esto, aceptamos las situaciones difíciles, porque Dios nos da la fuerza, gracia y visión. Nos muestra su voluntad con mayor claridad. Unos tres días después de mi visita al hospital, me telefonearon los padres para decirme que la pequeña Mary había muerto. Inmediatamente pensé: «Será mejor que vaya a verles porque deben de estar destrozados». Nunca olvidaré a esta niña en el ataúd en la funeraria, sus padres estaban de pie a su lado. El padre se acercó a mí, me abrazó y me dijo: «Hermana Briege, quiero darle las gracias». Se volvió, extendió su mano señalando a la niña y dijo: «¿Sabe?, ahora me doy cuenta de que la sanación no consiste en conseguir que las cosas salgan como uno quiere, sino en recibir la fortaleza y la gracia de decir sí a lo que Dios quiere. Ahora me doy cuenta de que Mary no era mía. Me fue entregada para que la nutriera, la amara y la cuidara, pero ella era del Señor. ¿Y quién soy yo para decirle a Dios lo que debe hacer? Pero quiero decirle que hace dos días no lo hubiera aceptado. Una hora antes de que muriera, no lo aceptaba. Ahora comprendo que Dios no nos da la fortaleza para algo a lo que vamos a tener que enfrentarnos dentro de un mes o dentro de dos semanas. Él nos da la fortaleza cuando la necesitamos. Simplemente quiero darle las gracias. Mary fue sanada y se fue al cielo, pero yo, su padre, me quedé aquí para hablarle a los demás de la belleza de la fortaleza que nos da el Señor y que Él siempre responde a nuestras oraciones». El Señor es quien sana 55 Lo que ese padre dijo nos muestra algo de lo que realmente es la sanación. La sanación es decir sí a Dios. Cuando nosotros, como hijos de Dios, podamos decirle que sí, nunca seremos heridos. El Señor nunca haría nada en nuestra vida que pudiera lastimarnos. Él es un Dios de amor. Cuando nos resistimos y no queremos enfrentarnos a las cosas y decimos no, es cuando nosotros mismos nos dañamos. Veo que mi misión en este ministerio de sanación es ayudar a la gente en cualquier estado de vida para decirle sí a Dios, tal como yo misma debo decirle sí en mi propia vida diaria. Veamos algunos pasajes del Evangelio para ver cómo Jesús sanó durante su ministerio en la tierra, y cómo la gente le seguía cuando la sanaba. Esta reflexión nos ayudará a entender mejor cómo nos sana Jesús hoy. Dios sigue siendo el mismo hoy como entonces y nosotros no somos tan diferentes de las personas que vivieron en tiempos del Nuevo Testamento.
miércoles, 17 de junio de 2015
RUAH
. "Ruah", el nombre del Espíritu
La primera estrofa del Veni creator, traducida al pie de la
letra, dice así:
"Ven, Espíritu creador,
visita nuestras mentes,
llena de gracia celestial
a los corazones que has creado".
El tema de esta meditación introductoria son las dos primeras
palabras del Veni creator: “¡Ven, Espíritu!”, y en particular el
nombre Espíritu. Lo primero que conocemos de una persona,
normalmente, es su nombre. Con él la llamamos, la distinguimos
de las demás y la recordamos. También la tercera persona
de la Trinidad tiene un nombre, aunque, como veremos, de una
naturaleza un tanto especial. Se llama Espíritu.
Pero Espíritu es el nombre traducido; cuando se ama de
verdad a una persona, se desea conocer todo de ella, empezando
por su verdadero nombre “de pila”. El verdadero nombre
del Espíritu, aquél por el que le conocieron los primeros destinatarios
de la revelación, es ruah. ¡Es tan dulce invocar, a veces,
al Espíritu con esta palabra salida de los labios de los profetas,
de los salmistas, de María, de Jesús, de Pablo! La otra etapa por
la que el nombre del Espíritu Santo ha pasado antes de llegar a
nosotros es la de pneuma. Con este nombre se le señala en los
escritos del Nuevo Testamento.
Para los judíos el nombre era tan importante que casi se
identificaba con la persona misma. Santificar el nombre de
Dios es santificar y honrar al propio Dios. Además, no se trata
de un calificativo meramente convencional, como nos ocurre a
nosotros hoy en día; siempre dice algo de la propia persona, de
su origen o función.
Eso ocurre también con el nombre ruah, que contiene la
primera y fundamental revelación sobre la persona y la función
del Espíritu Santo. Por eso, es importante que empecemos con
él nuestro camino de búsqueda de la realidad del Espíritu.
¿Qué significa ruah en hebreo? En su origen, y en su raíz,
significa el espacio atmosférico entre cielo y tierra, que puede
ser sereno o agitado: un espacio abierto, como una pradera,
donde se percibe más fácilmente el soplo del viento; por extensión,
el “espacio vital” en que el hombre se mueve y respira.
Este significado primordial del término ha dejado un rastro en
la posterior teología del Espíritu Santo. En efecto, con mucha
frecuencia se habla de él, sobre todo en el Nuevo Testamento,
con un adverbio de lugar. La preposición que se utiliza para
hablar de él es en, así como para el Padre es de, y para el Hijo
por: “Por el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo”. El
Espíritu Santo es el espacio espiritual, una especie de “ambiente
vital”, donde se produce el contacto con Dios y con Cristo.
La primera estrofa del Veni creator, traducida al pie de la
letra, dice así:
"Ven, Espíritu creador,
visita nuestras mentes,
llena de gracia celestial
a los corazones que has creado".
El tema de esta meditación introductoria son las dos primeras
palabras del Veni creator: “¡Ven, Espíritu!”, y en particular el
nombre Espíritu. Lo primero que conocemos de una persona,
normalmente, es su nombre. Con él la llamamos, la distinguimos
de las demás y la recordamos. También la tercera persona
de la Trinidad tiene un nombre, aunque, como veremos, de una
naturaleza un tanto especial. Se llama Espíritu.
Pero Espíritu es el nombre traducido; cuando se ama de
verdad a una persona, se desea conocer todo de ella, empezando
por su verdadero nombre “de pila”. El verdadero nombre
del Espíritu, aquél por el que le conocieron los primeros destinatarios
de la revelación, es ruah. ¡Es tan dulce invocar, a veces,
al Espíritu con esta palabra salida de los labios de los profetas,
de los salmistas, de María, de Jesús, de Pablo! La otra etapa por
la que el nombre del Espíritu Santo ha pasado antes de llegar a
nosotros es la de pneuma. Con este nombre se le señala en los
escritos del Nuevo Testamento.
Para los judíos el nombre era tan importante que casi se
identificaba con la persona misma. Santificar el nombre de
Dios es santificar y honrar al propio Dios. Además, no se trata
de un calificativo meramente convencional, como nos ocurre a
nosotros hoy en día; siempre dice algo de la propia persona, de
su origen o función.
Eso ocurre también con el nombre ruah, que contiene la
primera y fundamental revelación sobre la persona y la función
del Espíritu Santo. Por eso, es importante que empecemos con
él nuestro camino de búsqueda de la realidad del Espíritu.
¿Qué significa ruah en hebreo? En su origen, y en su raíz,
significa el espacio atmosférico entre cielo y tierra, que puede
ser sereno o agitado: un espacio abierto, como una pradera,
donde se percibe más fácilmente el soplo del viento; por extensión,
el “espacio vital” en que el hombre se mueve y respira.
Este significado primordial del término ha dejado un rastro en
la posterior teología del Espíritu Santo. En efecto, con mucha
frecuencia se habla de él, sobre todo en el Nuevo Testamento,
con un adverbio de lugar. La preposición que se utiliza para
hablar de él es en, así como para el Padre es de, y para el Hijo
por: “Por el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo”. El
Espíritu Santo es el espacio espiritual, una especie de “ambiente
vital”, donde se produce el contacto con Dios y con Cristo.
sábado, 17 de enero de 2015
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