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domingo, 28 de junio de 2015

El criado del centurión

 Un centurión fue a Jesús para suplicarle que curara a su criado. Jesús le dijo: «Iré inmediatamente», pero el centurión le respondió: «Oh no, no hace falta que vengas. No soy digno de que entres en mi casa. Di una sola palabra y mi criado quedará sano». En este pasaje encuentro dos enseñanzas. Una es la sanación a distancia. A veces, la gente cree que alguien que reza por la sanación tiene que estar con la persona enferma. Dirán: “«¡Oh, si la hermana Briege pudiera venir e imponerle las manos, sucedería!». La gente puede hacerte sentir culpable por no poder estar en todas partes y por no poder orar por todos. En este pasaje del Evangelio, el centurión creyó que lo único que tenía que hacer era pedirle a Jesús, que Jesús no estaba limitado. En efecto, Jesús no está confinado en un lugar. Dios está en todas partes, y si creo que Jesús es Dios, entonces tengo que creer que su poder no tiene límites y que para Él no hay distancias. Esto me ha ayudado mucho en el ministerio de sanación. No tengo que estar yendo de un lado a otro para estar con los enfermos. A través de mi ministerio por teléfono, oro por personas de un rincón a otro del planeta. No estoy con ellos, pero me uno a ellos y hago justo lo que el centurión hizo con Jesús. Podemos estar unidos espiritualmente ante Dios y pueden ocurrir las sanaciones. El Señor es quien sana 59 Hace algunos años, estaba en México. Fui al hospital para orar por un sacerdote que tenía cáncer. El sacerdote estaba muy grave. Dije una breve oración y salí del hospital. Al día siguiente, estaba ejerciendo mi ministerio con un gran grupo de sacerdotes y una señora se me acercó, nos interrumpió y dijo: «Acabo de recibir una llamada del hospital diciendo que el padre se está muriendo». Cuando la mujer nos lo comunicó, de manera espontánea pedí a los sacerdotes que nos uniéramos en oración. No pensé que eso fuera algo extraordinario. Para mí orar era lo natural. El Evangelio del día siguiente era la sanación del criado del centurión. El sacerdote que leyó el Evangelio nos dijo lo que pasó por su mente cuando recibimos la noticia del sacerdote moribundo: «Cuando entró esa señora y nos dijo que el padre se estaba muriendo, pensé que sor Briege tenía que ir al hospital con él». El sacerdote dice que en ese momento sintió una voz interior que le decía: «No necesito que sor Briege vaya al hospital, sino que vosotros y ella creáis en mi poder». Se dio cuenta de que no tenía que limitar a Jesús a la hermana Briege, que ella sólo era un instrumento. Lo que Dios quería que hiciera en ese momento era enseñar y compartir con esos sacerdotes, y eso era lo que estaba haciendo. El hecho de que yo esté limitada físicamente en un sitio no debe limitar al Señor. Un año después, recibí una llamada telefónica de un sacerdote que me dijo: «Hermana Briege, acabo de leer un precioso testimonio en una revista mexicana sobre un sacerdote por el cual usted oró y que fue totalmente sanado. Ahora ha vuelto a dar clases en la universidad». Me leyó el testimonio, y mientras lo hacía, es como si oyera al Señor decirme: «Recuerda que porque creíste y porque confiaste, el sacerdote fue curado». Y fue como revivir la historia del criado del centurión. En otra ocasión, en un servicio de sanación en Escocia, dije a la gente como siempre hago: «No hace falta que ore por las 60 Briege McKenna Los milagros sí existen personas individualmente. Todos los que estamos aquí creemos que Jesús vive en nosotros. Todos estamos llamados a ser canales de amor. Y es el amor que nos tiene el Señor lo que nos sana». A continuación invité a la gente a interceder por sus seres queridos que no estuvieran presentes en el servicio de sanación: «Pedid a Jesús que llegue hasta ellos y los toque, como suplicó el centurión a Jesús por su criado enfermo». Una señora de entre los asistentes tenía una hermana en Irlanda que al día siguiente iba a ingresar en el hospital para que la operaran de un tumor canceroso. Durante el servicio de sanación en Escocia, empezó a orar por su hermana en Irlanda. En ese momento el Señor empezó a actuar en la mujer con cáncer. Tres semanas después conocí a aquella mujer. Me dijo que no sabía que su hermana que estaba en Escocia estuviera orando por ella, pero cuando fue al hospital, el tumor había desaparecido totalmente. Estaba curada. Ésta era una confirmación más de que el Señor puede curar a distancia, y que nunca debemos poner límites al Señor. Hay otra lección del mismo pasaje del Evangelio en Mateo 8: el poder de la intercesión. ¿Qué estaba haciendo este centurión? Fue a Jesús e intercedió por su criado. Suplicó a Jesús que lo sanara. Es uno de los grandes ejemplos de la necesidad que tenemos de creer cuando oramos. Mi tía Lizzie ha sido una gran fuente de inspiración y de gozo en mi vida. Según cuenta ella, llegó una señora a su casa en Irlanda para verme. Yo no estaba en casa, así que tía Lizzie decidió que ella misma evangelizaría a esta persona. La mujer, como suelen hacer al preguntar por mí en mi ciudad natal, preguntó a tía Lizzie: «¿Está la monja en casa?». Mi tía respondió: «La monja no está, pero usted no necesita verla. Escriba en una hoja sus intenciones y ella intercederá por usted ante Jesús». La señora le dijo: «Está bien, deme la libreta» y comenzó a escribir. El Señor es quien sana 61 Había en la calle dos autobuses llenos de gente que aquella mujer había traído desde el otro extremo de Irlanda. Estuvo escribiendo sus intenciones durante una hora y media mientras las personas se las iban gritando desde las ventanillas de los autobuses: «Paddy, ¿dónde te duele? Mary, ¿qué te ocurre?». Tía Lizzie comenzó a cansarse de estar ahí de pie y le dijo a la señora: «¿Sabe?, debería hablar con Dios usted misma. Debería pedirle a Jesús e interceder usted misma». Ella miró a tía Lizzie y le dijo: «¿Interceder? ¿Hablar con Dios? ¡He estado hablando con Dios durante cuarenta años y nunca me ha escuchado!». Tía Lizzie le contestó: «Bueno, a lo mejor no le habla correctamente». Y la mujer dijo: «Bueno, yo sólo conozco una manera. ¿Conoce usted alguna otra?». Más tarde, tía Lizzie me dijo: «¿Sabes?, lo mejor es que tú misma te ocupes de evangelizar, ¡porque lo que es yo, no supe qué responderle!». Pero, ¿no es cierto que mucha gente dice que lleva hablando a Dios durante cuarenta años y no ha recibido ninguna respuesta? Y es que no le han escuchado. Jesús sí nos responde, pero puede ser que no lo haga inmediatamente. La oración de intercesión no siempre recibe una respuesta inmediata. Otra historia nos muestra la importancia de la oración de intercesión y cómo hay que perseverar en ella. Hace algún tiempo, mientras daba un retiro de matrimonios, se me acercó un señor. Estaba muy atribulado porque su matrimonio pasaba grandes dificultades. Él y su mujer tenían muchas actividades diferentes, y se estaban distanciando en su relación. Para complicar más las cosas, tenía evidencia de que su esposa le había sido infiel. Él había acudido a un consejero matrimonial, y éste le dijo que le diera un ultimátum a su esposa y que, si eso no funcionaba, pidiera el divorcio. El hombre me dijo que eso lo destrozó, porque no aceptaba que el divorcio pudiera ser una solución a su problema. No sabía qué hacer. 62 Briege McKenna Los milagros sí existen Le llevé a la iglesia ante el sagrario. El Señor me dio una palabra para él: las cosas iban a empeorar, pero luego mejorarían. No era una palabra muy consoladora para dársela al pobre hombre. Le dije que esto sería una prueba para su fe, que a veces tenemos que perseverar en la oración e intercesión por alguien. Le expliqué que cuando intercedemos por otros, Dios puede obrar en nuestras vidas también, y podemos llegar a creer que los milagros ocurren. Le dije que un aumento de fe era uno de los beneficios de perseverar en la oración. Después de esto, me telefoneaba para que orara por él. Lo único que podía decirle era. «Sigamos orando y no te des por vencido». Me decía: «Amo a mi esposa», y es que sentía en su corazón que el Señor no quería que él se separara de su esposa, que su matrimonio había sido bendecido por la Iglesia, que era un sacramento. Todos sus consejeros le decían: «Si yo estuviera en tu lugar, la abandonaría»; sin embargo, cada vez que hablaba conmigo yo lo alentaba a que no se diera por vencido. Le recordaba que Jesús dijo que nada sería imposible para el hombre que creyera. Sentía mucha pena por él: «Es muy difícil identificarse con alguien que sigue rechazándole, pero identifí- cate tú con Jesús. Aún hoy, Jesús nos ama y nosotros lo seguimos rechazando. Pero Él nunca deja de amarnos. Si tú te empeñas en sanar tu matrimonio por ti mismo, no lo lograrás. Pero puedes pedir a Jesús que te dé una fortaleza sobrenatural. Esto no te evitará el sufrimiento ni el dolor del rechazo, pero obtendrás la fortaleza necesaria para perseverar». Un día me telefoneó y me dijo: «Hermana Briege, quiero darle las gracias. Dios respondió a nuestras oraciones». Entonces me relató una experiencia espiritual preciosa que su esposa y él tuvieron. Una noche, los dos sintieron la presencia transformadora de Dios, mientras se preparaban para ir a la cama. Él no había tenido relaciones con su esposa desde hacía algún tiempo, porque el saber que le había sido infiel suponía una barrera que le impedía expreEl Señor es quien sana 63 sarle su amor. Pero cuando se acostaron esa noche, el Señor los envolvió en su amor, y recreó en ellos el amor que se habían tenido cuando se casaron. Jesús los transformó. No sólo renovó su matrimonio, sino que les dio todos los dones del Espíritu Santo. El hombre dijo que quería verme. Ocurrió que estaba en la ciudad donde él vivía, así que le dije que viniera. Cuando llegó, me dijo: «Hermana Briege, espero que esto no sea un insulto para usted, pero usted es una gran señal para llevarnos a Jesús. Muchas veces, al irme a trabajar, sentí ganas de acudir al juzgado para pedir el divorcio, pensando: ¿por qué tengo que pasar por todo esto?, pero cada vez que hablaba con usted, al señalarme a Jesús, me hacía volverme atrás. No es que me llevara allí, pero desde luego me indicó lo que Jesús podía hacer. Hoy se lo agradezco, por haber sido una señal en el camino: no me lleva a donde quiero ir, sino que me señala la dirección que debo tomar para llegar. Aprendí dos lecciones de todo esto —dijo—, primero, nunca debo tomar mi matrimonio a la ligera. Amo a mi esposa, pero nunca se lo había dicho realmente. Segundo, nunca debo subestimar el poder de la oración ni la fuerza sobrenatural que nos viene de ella».

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