J
ESÚS ES QUIEN SANA.
Él tiene una forma de sanar, que se
encuentra en la Sagrada Escritura. Cada sanación que Jesús
realizó estuvo unida a una enseñanza. Él no sanaba y dejaba la
cosa así, sino que con cada oportunidad instruía a sus discípulos.
Al caminar diariamente con el Señor en la oración, Él empezó
a enseñarme más y más sobre su ministerio de sanación. Me
capacitó para que fuera más efectiva dejando que Él obrara a
través de mí.
Al principio del ministerio de sanación, había muchas cosas
que no comprendía. Una de las preguntas que me hacía mucha
gente, y yo también me hacía, era: «¿Qué ocurre cuando oras
por personas y no mejoran, cuando se mueren, cuando el Señor
responde llevándoselas con Él? ¿Cómo consuelas a sus seres
queridos en esa dolorosa experiencia, cuando ellos habían orado
esperando una sanación?». A través de una experiencia así, yo
aprendí una definición de sanación. Hoy empleo esta definición
cuando me preguntan en qué consiste el ministerio de sanación.
Decirle sí a Dios
Hace algunos años, el padre de una niña de 9 años vino a
verme. Estaba destrozado. Era su única hija y se estaba murien-
do de leucemia. Había oído que el Señor me había usado como
instrumento suyo para llevar la sanación a personas con leucemia,
especialmente a niños. Desesperado me dijo: «Lo he probado
todo, y nada ha funcionado, incluso he probado con Jesús.
Pero Él no ha hecho nada, así que ahora depende de usted». Le
respondí: «Si olvida que yo sólo trabajo para Jesús, que yo sólo
soy su instrumento, se va a volver a decepcionar».
Fui al hospital con él, esperando al menos poder consolarle.
La niña estaba en la cama moribunda, con grandes dolores.
Cuando me arrodillé y tomé su manita, era como si a través de
ella me transmitiera el siguiente mensaje: «No necesito sanación,
es mi padre el que la necesita. Yo estoy feliz de irme».
Decidí que tenía que hablar con el padre, porque estaba
intentando presionarme diciendo que su hija se iba a sanar, porque
eso era lo que quería oír. Si la hermana Briege dijera eso, le
haría sentirse bien.
Mientras estaba arrodillada al lado de la niña, me hubiera
gustado poder decir: «Se va a sanar como ustedes desean»,
pero entonces yo estaría tomando el lugar de Dios; estaría asumiendo
una postura en la que permitiría que la compasión
hablara en mi lugar. La compasión es buena, pero no debe usurpar
el puesto de Dios ni hablar por Él. El padre y yo abandonamos
el pabellón y salimos a la sala de espera. Allí hablé con él
y con su esposa. Tomé las manos de ambos y les dije: «Me
encantaría decirles que Mary se va a sanar del modo que ustedes
desean, pero yo no sé cómo va a ser curada. Lo que sé es
que Jesús no va a defraudarlos, porque Él los quiere, y a su
pequeña Mary, mucho más de lo que nadie pueda amarla. Él les
dará la fortaleza que necesitan y sanará a Mary del modo que
Él considere mejor».
Los padres de la niña no podían aceptar lo que les acababa
de decir. Estaban destrozados. Cuando salí del hospital, hubiera
querido poder curar a Mary, pero sabía que no podía hacerlo.
Esta revelación de que no podemos hacer lo que queremos,
54 Briege McKenna Los milagros sí existen
demuestra que somos tan sólo instrumentos, que no tenemos
control sobre lo que Dios hace.
La gente a menudo actúa como si pudiera manipular a Dios
para que hiciese lo que ellos quieren que haga. Si crees suficientemente
o dices lo correcto y si tienes suficiente fe, Dios tiene
que actuar. Pero a través de esta experiencia, Dios me enseñó
que Él no cambia para favorecernos. Mientras oramos, y a través
de la oración, nosotros cambiamos para adaptarnos a la
voluntad de Dios. Cuando entendemos esto, aceptamos las
situaciones difíciles, porque Dios nos da la fuerza, gracia y
visión. Nos muestra su voluntad con mayor claridad.
Unos tres días después de mi visita al hospital, me telefonearon
los padres para decirme que la pequeña Mary había
muerto. Inmediatamente pensé: «Será mejor que vaya a verles
porque deben de estar destrozados». Nunca olvidaré a esta
niña en el ataúd en la funeraria, sus padres estaban de pie a su
lado. El padre se acercó a mí, me abrazó y me dijo: «Hermana
Briege, quiero darle las gracias». Se volvió, extendió su
mano señalando a la niña y dijo: «¿Sabe?, ahora me doy cuenta
de que la sanación no consiste en conseguir que las cosas
salgan como uno quiere, sino en recibir la fortaleza y la gracia
de decir sí a lo que Dios quiere. Ahora me doy cuenta de
que Mary no era mía. Me fue entregada para que la nutriera,
la amara y la cuidara, pero ella era del Señor. ¿Y quién soy yo
para decirle a Dios lo que debe hacer? Pero quiero decirle que
hace dos días no lo hubiera aceptado. Una hora antes de que
muriera, no lo aceptaba. Ahora comprendo que Dios no nos
da la fortaleza para algo a lo que vamos a tener que enfrentarnos
dentro de un mes o dentro de dos semanas. Él nos da la
fortaleza cuando la necesitamos. Simplemente quiero darle
las gracias. Mary fue sanada y se fue al cielo, pero yo, su
padre, me quedé aquí para hablarle a los demás de la belleza
de la fortaleza que nos da el Señor y que Él siempre responde
a nuestras oraciones».
El Señor es quien sana 55
Lo que ese padre dijo nos muestra algo de lo que realmente
es la sanación. La sanación es decir sí a Dios. Cuando nosotros,
como hijos de Dios, podamos decirle que sí, nunca seremos
heridos. El Señor nunca haría nada en nuestra vida que pudiera
lastimarnos. Él es un Dios de amor. Cuando nos resistimos
y no queremos enfrentarnos a las cosas y decimos no, es cuando
nosotros mismos nos dañamos.
Veo que mi misión en este ministerio de sanación es ayudar
a la gente en cualquier estado de vida para decirle sí a Dios, tal
como yo misma debo decirle sí en mi propia vida diaria.
Veamos algunos pasajes del Evangelio para ver cómo Jesús
sanó durante su ministerio en la tierra, y cómo la gente le seguía
cuando la sanaba. Esta reflexión nos ayudará a entender mejor
cómo nos sana Jesús hoy. Dios sigue siendo el mismo hoy como
entonces y nosotros no somos tan diferentes de las personas que
vivieron en tiempos del Nuevo Testamento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario